Sobre Alta Rotación, de Laura Meradi

Por Hernán Vanoli y Diego Vecino



1.
Laura Meradi, flequillo en solapa, born 1981, escribió Alta rotación. El trabajo precario de los jóvenes. Hay que avisarlo: es un libro de crónicas, no hay diarios de militantes cachondas ni balbuceos teóricos; tampoco, creemos, aparece ningún mogólico cool. Al igual que Peregrinaciones de Terranova, Alta rotación circula como crónica y se vende como un libro de crónicas, pero ofrece una de las posibles vías de salida para la literatura blanda, juguetona y solemne al mismo tiempo, madre del chiquitaje literario, que se cultiva en la ex fábrica de Caballito Soho. La idea es la siguiente: una chica, escritora, precarizada en la vida real, entra a jugar el juego de las precarizadas de un estrato socioculturalmente inferior al que pertenece. Un estrato al que se encuentra muy próxima en términos estadísticos y vitales, pero del que la separa una creencia en la cultura como vía secular de redención. A partir de ahí, lo que entra a tallar es una narración que no en vano arranca con un epígrafe del Juguete Rabioso: como Silvito Astier, el personaje de Meradi puede ser resentido y traidor, orilla la locura y encarna, desde adentro, las contradicciones de una época que lo tiene como oscuro personaje de reparto. Pero esto, como siempre, es lo menos importante. Alta rotación es la reescritura rugosa y a las trompadas de un libro que viene garpando bien en el mundo del marketing desde hace unos cuantos años: Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman, un señor polaco que tuvo tres ideas y aplicó el procedimiento vanguardista de reescribir permanentemente su obra cambiándole el título. La liquidez de Bauman se vuelve chirla en los pasillos donde los chicos de McDonald’s resbalan sobre la basura, o al calor de los vagones quemados en la Constitución donde las chicas Italcred tratan de venderle crédito a los trabajadores informales que probablemente nunca van a poder pagarlo. La disciplina, el maltrato físico, la vigilancia permanente de empresas como McDonald’s o Carrefour, que nunca serán miradas de la misma manera después de leer el libro, dejan en descubierto que la flexibilidad, la capacidad de adaptación y la caída de marcos normativos estables no siempre se contraponen a los antiguos regímenes fordistas. Alta Rotación es, también, el epílogo alienado y sudaca de La Corrosión del Carácter, de Richard Sennett. Aunque, además, nos permite arriesgar que el problema acá no es sólo la incertidumbre: todo bien con eso, pero antes de llegar a ese punto pensemos en Flamarique, en su Banelco y en la modificiación a la Ley de Contratos de Trabajo. Fue hace poquito, chicos. Hagamos memoria.

2.
Narrar esa extraña convivencia entre rozar el primer mundo recreando su atmósfera profesional mística, el melodrama social y la resignación personal. Meradi nos dice: “las posibilidades que me dio el género son muchas más que las limitaciones. En una crónica entra el mundo entero. La crónica es extremadamente plástica, y la profundidad es infinita. Narrar una crónica es como nadar en mar abierto, pero en esta máxima posibilidad también reside su dificultad. Uno se puede perder fácilmente.”. El drama fundamental del libro no tiene tanto que ver con el dato objetivo del mercado laboral. Si, en cambio, con una atmósfera mucho más inestable pero presente que pasa por la precarización personal: la derrota, el hundimiento, la distracción. Casi condiciones de existencia previas para el mercado de trabajo precarizado. Con lo cual el relato revela un entramado de relaciones laborales que traducen superficialmente un estado de descomposición social virtualmente infinito hacia el fondo. El drama fundamental de Alta rotación es, en definitiva, la colisión entre aspirantes orgullosos con voluntad de mostrar la mejor versión de ellos mismos y un mercado laboral que les pide sean lo peor, para tener chance de aspirar a un puesto de trabajo: “los disponibles”.

Los tenemos ahí, por ejemplo, en el call center bilingüe. Un aparatoso espacio de relaciones trasplantadas que lleva al límite la experiencia vital y narrativa del libro. En ese ámbito, los jóvenes precarizados intentan establecer relaciones de normalidad casi como una resistencia inconsciente a la penetración del acento: se ayudan, se gustan secreta y caprichosamente, se escapan a tomar una birra. Parcialmente efectivo, parcialmente inútil. También está la vendedora de Italcred apremiada por los pagos de la tarjeta de crédito que se compra lentes de contacto descartables de color celeste por $65 y que al otro día se arrepiente porque las ve un poco “artificiales” pero que las sigue usando porque ya las compró; o la cajera de Carrefour embarazada de un repositor que le pide que lo aborte y que además estaba saliendo contra chica de la empresa, son historias que preexisten al mercado laboral y que, justamente por eso, lo vuelven posible. Meradi narra esas historias sin horror ni moral, pero sí con profunda convicción ética. “Sí, -dice la autora- estuve física y emocionalmente involucrada con los trabajos y con mis compañeros, pero a la vez, justamente por eso, me transformé en un personaje más del libro y podía verme desde afuera. En qué me modificó: personalmente, a partir de esta experiencia, dejé de ver ingenuamente ciertas cosas que tenían que ver con mi trabajo, discriminé y elegí. Se me amplió el registro que tengo de la vida, y eso me modifica, también, como escritora. Después de haber afilado durante tanto tiempo la mirada y el oído, veo relatos por todos lados. Las escenas de la vida son como rayas que se entrecruzan, y cada raya es un relato”

3.
Otra posible entrada para leer Alta Rotación es ponerlo junto a El Pasado, de Alan Pauls. Aunque no le sobren ciento cincuenta páginas ni tenga afinidades políticas afrancesadas, Alta Rotación concreta su opuesto complementario. En épocas de crisis económica mundial, y cuando cada vez hay más gente sin laburo, el libro vuelve al trauma de la búsqueda de empleo en países subordinados e incapaces de absorber a su fuerza de trabajo. Un trauma que, como la primera separación tras una larga y precoz relación amorosa, cifra la identidad sentimental de una generación. La búsqueda de trabajo, una búsqueda de inclusión, no era un problema en el libro de Alan porque ese nunca fue un problema para las clases medias altas que, por más torcida que venga la mano, subsisten y subsistirán en virtud del capital social acumulado.

Mientras que El Pasado tiene la virtud de pinchar el nervio de una generación derrotada que no pudo encontrar su epopeya ni siquiera en el discurso amoroso, Alta Rotación nos hace dar una vuelta por el infierno de sus sobrinos pobres, para los que el ascenso social no es un problema por razones exactamente inversas a las de Rímini y su troupe. La lógica de la subsistencia, que es el motor que alimenta a la precariedad laboral, pone a los cuerpos en una órbita bien diferente a la del amor: se trata de cuerpos castigados, mecanizados y vigilados por medio de técnicas capaces de hibridar lo más denso de las sociedades disciplinarias con lo más sutil de las sociedades de control. En esa economía, el culo funciona no sólo como carta de presentación o sublime objeto de la ideología, sino que es una poderosa herramienta de trabajo. Del dedito que el míster Tamerlán de Las Islas introducía soberanamente en el ojete del contador Marroné al culo como vector que estratifica las posibilidades de rapiñar dádivas de las obreras fantasmas que no figuran en las categorías del INDEC, puede deducirse toda una escala de valores y un sistema de préstamos que ubica a Alta Rotación al interior del gran afluente de narraciones donde las nalgas son investidas en mito nacional desde la gloriosa operación de José Luis Manzano. Menemismo cultural, legislación aliancista, culos sojeros e inversores dinámicos: una radiografía de la pampa.

4.
El libro falla dos veces. La primera, en los momentos donde Merdi estiliza ciertos rasgos con afán épico y termina bardeando para el lado de un soft-core convencional e intimista de “chica blogger”. Como si necesitara decir: miren que no soy tan mala, eh, también me hice algunas amigas. Pura convención que no suma nada al libro, sino que lo aplaca. Y lo otro, número dos, es que el compromiso de Laura (la tuteamos) tiene límites. En el caso que mencioné anteriormente se notan: el compromiso con “la realidad” se deshace en cuanto puede ser reemplazado por otra cosa que genera en la autora más empatía: los personajes. En fin, Meradi no pega el salto de reconocerse igual a sus compañeras, y sigue siendo siempre la “escritora”. No quema las bibliotecas, aspira a estar en una de ellas. La tortuga se le escapa por el lado del narcisismo romántico que sustenta el mito del escritor: la sombra distorsionada pero eficaz del Escritor en vacaciones del que nos hablaba Barthes en la década del cincuenta. Acá tenemos a la escritora trabajando: se prestigia a sí misma insistiendo en este punto y marcando la distancia, lo que en parte justifica la humillante –según el imaginario de éxito pequeñoburgués– circunstancia de estar aplicando para trabajos poco calificados no siendo pobre ni adolescente ni tonta. Este salto es fundamentalmente político. A pesar de las secuelas corporales, Meradi no termina de creerse los violentos mecanismos de subjetivación con que los márgenes del mercado laboral construye sus obreros: navegar esa tensión es su fortaleza y su debilidad. Cuando la juega de escritora falla, cuando tiene raptos de bondad o de resentimiento gana. Pero a no confundirse: Alta rotación completa la elipsis, es un excelente libro que pone a la literatura a dar cuenta de la realidad, en posiciones por lo general resistidas por una sensibilidad regresiva y heredada. Una, dos, tres: cien Meradis.