De Florianópolis a Argirópolis

Por Ariel Shalom




Ya hace algunos años que las playas de Florianópolis están copadas de argentinos. No es exagerado afirmar que, de crecer la tendencia, los balnearios de la isla brasileña se conviertan en poco tiempo en algo así como la versión pequeño burguesa de Punta del Este. Razones sobran para esta temporaria migración en masa. La relativa proximidad geográfica, el recobrado equilibro en la relación Peso/Real, esa seducción por la extraña cercanía de lo brasileño, y, lo más importante, la superior calidad del paisaje, una explosiva combinación de arenas blancas, mar cristalino y frondosos morros. Los gaúchos por supuesto más que contentos. El negocio turístico argento ha explotado tanto que ya no hay recoveco de la isla donde no florezcan como racimos de colores pousadas bien provistas ni ávidos propietarios que con sus cartelitos de “Alugo casa” son capaces de tirarse bajo las ruedas de un auto argentino con tal de concretar una operación.

Barra da Lagoa, una tranquila y pintoresca barriada de pescadores, y que hasta hace poco no conocía la oleada patriota de balnearios como Canasvieras o Ingleses, sucumbió a la tentación del boom. Quizá por esa primera razón la elegí para mis vacaciones. Tenía el recuerdo más o menos feliz de hace cuatro o cinco años pero parece que la oleada argentina se extendió por la isla con más furia que la fiebre amarilla o el dengue. Autos que circulan con los estéreos prodigando temas de Rodrigo o Fito Paez, tipos jugando al tejo o tomando mate en la playa (costumbre también gaúcha pero fácil de distinguir estadísticamente por el tamaño desmesurado del mate brasilero), camisetas de Belgrano, Estudiantes de la Plata o Atlanta (sí, de Boca, de River y la selección también) que se florean orgullosas con actitud provocativa, son apenas algunos detalles entre un magma inconfundible de atmósfera argenta. Un ejemplo más. Las fiestas nocturnas de una playita en la que vecinos ofuscados prohibieron la música son ahora animadas por el ansia musical de compatriotas que, a capela y con ayuda de algún tamborcito, cantan al eter brasilero diversos hits de la discografía local.

¿Qué nos impulsa a reunirnos en masa en tierras extranjeras? ¿Tiene esto algo de malo? Bueno, la verdad que desde cierta perspectiva colonizante y tranquilizadora, no hay nada que reprochar. Pero uno tiene la sensación de participar de un city tour en domingo, cuando los locales escapan del centro y sólo queda la tripulación, es decir los mozos y comerciantes. La zona extranjera queda así reducida a un escenario vacío que nosotros venimos a llenar. Claro que hay algunos nacionales dando vueltas, pero casi han perdido ese estatuto. No sé por qué me viene a la mente la imagen de una bandada de pingüinos usurpando un islote de cormoranes. Un observador neutro diría que es una pingüinera. Pero no. Resulta que es una parada pasajera en su larga ruta de migración.

Lo que molesta un poco, en rigor, es esa ostentación de la argentinidad, la exagerada puesta en escena de la garompa bien parada. Bueno, nos hemos ganado estas credenciales. Como siempre es más fácil tener alguna identidad que no tenerla, la sacamos a relucir. De Florianópolis a Argirópolis (¿será la utópica isla pergeniada por Sarmiento?), el malestar radica en ese deseo de reconocimiento. No hacemos más que salir a otra cultura para vernos de vuelta la cara. Se dirá que es una conducta inherente a cualquier grupo que migra. Concedido. Pero acá se trata de una migración transitoria y voluntaria cuya finalidad principal es el ocio. Y yo, queridos amigos, prefiero de vez en cuando un poco de incomodidad. ¿Y qué mejor en este sentido que la salida a otra cultura para experimentar un poco de descentramiento, para perderse en las trampas de una lengua que de tan parecida nos engaña, para indagar con la mirada de ese otro que nos señala como extranjero? Sí, vacacionar en Floripa tiene el encanto del paisaje pero uno siente que se está perdiendo algo, que tanto argento dando vuelta quita energías para el intercambio. Más de uno gritará: si no te gusta, viejo, la próxima andá a otro lado. Bueno, eso es justamente lo que pienso hacer.