Sobre la selección

Por Volquer


Ahora que renunció, puede ser el momento de hacer una breve reflexión sobre el ciclo Basile. Es sabido que el fútbol condensa un mix donde las narraciones sobre lo nacional, las operaciones de marketing, el poder del periodismo y las formas de apropiación popular de lo masivo producen constelaciones culturales tan evanescentes como una seguidilla de resultados. Sin embargo, no deja de ser interesante rastrear algunas contradicciones donde la ideología, la memoria social e incluso las formas en que la imaginación pública procesan un estado de cosas deseable en el orden de lo político son capaces de articularse en torno a discursos sobre el deber ser de la selección de fútbol, sobre sus obligaciones, sus potencialidades y sus perspectivas.

Para ir al grano, lo primero que podría pensarse es que Basile era un director técnico elegido en contraposición a los dos modelos anteriores elegidos por Grondona. ¿Qué tenían en común esos dos modelos? ¿Qué unía a Bielsa y a Pekerman? Es difícil decir que no eran técnicos ofensivos, porque lo eran más allá de que en la realidad Bielsa pusiera un equipo donde los atacantes muchas veces jugaban de volantes, y de que Pekerman no haya puesto a Messi en el partido más importante, el que se esperaba desde hacía cuatro años, y muchas veces llenara el mediocampo de volantes defensivos. Lo que diferenciaba a Basile de Pekerman, pero por sobre todo de Bielsa, era su supuesta permeabilidad al gusto popular. La pregunta que surge es, ¿cuál es ese gusto popular? ¿Hasta que punto podemos hablar de una tradición de “buen juego” en el fútbol argentino, cuando su único logro importante (los torneos olímipicos y los mundiales juveniles son competiciones de segundo orden; el mundial 74 fue una aventura militar antes que deportiva) se consiguió gracias a un técnico que pregonaba la disciplina, el orden y el ganar a cualquier precio?

Aparentemente, el gusto popular, el gusto de “la gente”, es el que sostienen ciertas facciones dominantes del periodismo deportivo enquistado en el Grupo Clarín. Su cabeza más visible, sin lugar a dudas, es Horacio Pagani. Apoyado por Pagani, Basile llega a la selección con una misión restitutiva: lo que en el Mundial 94 fue entendido a la larga en términos de tragedia, podía desplegarse ahora como fiesta, apalancado por la nueva generación de “cracks” que tienen a Messi como su representante más conspicuo. Con Messi, Tevez, y Agüero para suplir la falta del héroe trágico, insustituible por definición, la nueva odisea aparecía en el horizonte de lo probable. La creencia que soportaba esta expectativa radica en que tenemos a los mejores, o a casi los mejores jugadores, después de Brasil. Y en que Basile, endulzado por los años de experiencia, sería el mejor dotado para lograr que estos talentos individuales pudieran brillar en la cancha de forma armónica, sin tacticismos, con valentía.

No voy a decir que esa combinación no me haya cerrado, pero lamentablemente la realidad es otra. Hoy, transcurrida la primera rueda de las eliminatorias, habiendo sufrido dos goleadas humillantes frente a Brasil (una en la final de la Copa América), el ciclo Basile parecía caer en una suave pendiente que seguramente no lo deje fuera del mundial, pero que tampoco hace preveer resultados mejores que los obtenidos por sus antecesores. Se dice que la actual camada de jugadores es la mejor en muchos años, pero las perspectivas son, acaso, más flacas. Nadie, absolutamente nadie, imaginaba a la selección de Basile jugando ni siquiera unos cuartos de final en la competencia máxima, la única que interesa. El equipo de Basile no sólo era incapaz de “jugar el fútbol que le gusta a la gente”, ni en amistosos, ni en copa América ni en eliminatorias, sino que el fantasma del repechaje y la eventual ruina, asustaba a los periodistas y a los medios que temen quedarse afuera de un negocio de dimensiones extraordinarias. Los que lo habían apoyado, ahora le daban la espalda. Grondona, su principal mentor, lo dejó solo. Los jugadores se quejaban por lo bajo, pero en la cancha daban lástima. Fue así que el ciclo Basile se extinguió con más penas que gloria. El anarquismo autonomista de Round Point se apagó como un fósforo bajo una garúa finita. Basile fue traicionado, pero los copartícipes necesarios de su fracaso, Grondona, el periodismo y los jugadores, otra vez, se lavan las manos.

Basados en este breve diagnóstico, lo que siguen son tesis fast-food sobre el presente, el pasado y el futuro de la selección:

- La selección nacional de fútbol es en nuestros días una potencia de segundo orden, equiparable a Portugal o a la República Checa. Las representaciones sociales sobre la calidad de sus jugadores deben ser atribuidas a la maquinaria periodística, ávida por reformular los mitos de un país con enormes recursos desaprovechados que sale a flote en momentos de crisis política e institucional.

- Con excepción de Messi, un gran individualista que juega para las publicidades y no para su equipo, el resto de los jugadores de la selección nacional apenas tienen nivel para desempeñarse en los clubes que muchas veces los contratan de forma inexplicable (el de Heinze es el caso más intrigante). Mirados con un poco de perspectiva, se verá que casi todos los integrantes del plantel de ayer o bien juegan en equipos subordinados (Genoa, Liverpool, San Lorenzo, Atlético de Madrid), o bien juegan “de relleno” en equipos importantes.

- Para colmo de males, las buenas intenciones y la audacia de Basile no lograron transformarlo en el líder carismático que todo equipo con posibilidades de salir campeón de algo importante debe tener. El problema de Basile no es que tome más o menos whisky o que ponga más o menos talco en su hombro; ni siquiera que sepa más o menos de táctica, porque para eso basta con leer el diario o mirar programas deportivos. El problema de Basile es que no sabe conducir grupos humanos. Eso quedó demostrado en lo que ocurrió con el equipo en el Mundial 94. En lugar de tomar lo sucedido con Maradona como un obstáculo a vencer, el equipo no fue bien conducido y dejó el título en manos del Brasil más mediocre de la historia del fútbol.

- Basile, entonces, representaba el ideal romántico del desorden creativo y de la abundancia de recursos que no necesita conducción, que se asume como causante de las victorias y despliega una nula capacidad de autocrítica en las derrotas. En otras palabras, su comportamiento tiene fuertes afinidades con el de la oligarquía ausente del agro argentino. Bielsa, en cambio, representaba el sueño neoliberal de un orden foráneo bajado desde arriba y aplicado a rajatabla. De ahí su gran afinidad con Chile, con Cavallo y, muy especialmente, con José Luis Machinea. Pekerman, por su parte, representaba el miedo escénico de un proyecto que arrancó con buenas intenciones y una base sólida que en su momento fue incapaz de animarse a pegar el salto y terminó naufragando en una mediocridad digna y olvidable.

- Paraguay representa el modelo a seguir por la selección nacional de fútbol. Orden táctico, disciplina, conocimiento de las limitaciones propias, garra y coraje. A ningún paraguayo se le ocurriría pensar que sus jugadores son la elite del mundo.

- Zanetti, Heinze, Cambiasso, Abbondanzieri y Luis González (a este lo menciono por las dudas de que a alguien se le ocurra volver a convocarlo) han dado sobradas muestras de que no deben jugar ni un solo partido más en la selección.

- Carlos Tevez y Sergio Agüero son dos jugadores extraordinarios como variantes, es decir, siempre y cuando permanezcan esperando en el banco de suplentes mientras las acciones de sus fábricas de humo caen al ritmo del Merval.

- Argentina debe jugar con dos centrales y dos marcadores de punta clásicos. Por peores que sean, los marcadores de punta de la selección argentina deben sentir esa función, lo que significa: marcar y proyectarse al ataque. Paulo Ferrari y Luciano Monzón son los más capacitados para hacerlo.

- Gago, Messi, Carrizo y Mascherano son los únicos titulares indiscutidos. El resto deberá demostrar.

- Chile, comandado por Marcelo Bielsa, no va a clasificar al mundial. Y, si lo hace, quedará eliminado en la primera ronda, tal como sucedió con Argentina.

- Es dolorosa la renuncia de un tipo con agallas como Basile. También, es la prueba de que las agallas combinadas con inoperancia no funcionan. En todo caso, si argentina no gana el mundial de Sudáfrica, Grondona debería imitarlo y dimitir. O, al menos, este debería ser el reclamo del periodismo. Grondona es la encarnación viva del caudillismo oligárquico y acomodaticio cuyo heredero directo es Alfredo de Angeli.

- La selección argentina necesita: industrialismo, organización, conciencia nacional. Batista es un técnico al que aún le falta experiencia para dirigir a la selección mayor. Russo, un buen profesional, es un tipo defensivo y timorato, cuyos logros a lo sumo emparejarán los de Pekerman. Maradona nunca debe dirigir a la selección. Simeone, un gran caudillo a quien recordamos con amor, como DT es el hijo bobo de Bielsa.

- Todo el mundo sabe que Bianchi debe ser el DT de la selección. Sus diferencias personales, profesionales o lo que sea con Grondona no deben impedirlo. Si el elegido es otro, los dos serán igualmente culpables.